Sin pensarlo dos veces, Pulgarcita se subió a la espalda del pájaro y ambos volaron hacia el sol. Viajaron por días pasando por inmensas montañas llenas de nieve, hermosos campos verdes y parches sobre parches de flores brillantes. Al final llegaron a una pradera llena de flores. El aire estaba tibio y el sol era más brillante de lo que Pulgarcita había visto antes. El pájaro se posó en un nido en lo alto de un árbol.
“Te puedes quedar conmigo Pulgarcita, pero sospecho que te gustaría estar rodeada de las flores de allí abajo” dijo. Pulgarcita asintió y besó las plumas del amable pájaro.
El pájaro bajó en picada hacia la pradera de flores y puso a Pulgarcita en una gran flor rosada, como aquella de la que había venido. De pronto, un hombrecito se asomó desde atrás de un gran pétalo rosado; era solo un poco más alto que la misma Pulgarcita y vestía una corona. Estaba sobresaltado por el tamaño del pájaro pero una vez que vio a Pulgarcita a su lado, se aproximó hacia ella e inmediatamente se enamoró de su resplandeciente felicidad y de la forma como su pelo dorado brillaba con la luz del sol.