Cuentos de hadas de DLTK
Rumpelstiltskin (El Enano Saltarín)

© Escrito por Tasha Guenther e ilustrado por Leanne Guenther
Basado en el cuento de hadas alemán recopilado por primera vez por los Hermanos Grimm

En una tierra lejana vivía un viejo molinero que tenía una hija joven.

Un día, mientras el molinero estaba  ocupado con sus granos, el rey y sus hombres pasaron a caballo, deteniéndose para cobrar impuestos.

“Tengo muy poco dinero, su majestad. Sin embargo, tengo una hija muy hermosa” dijo el molinero.

“No tengo tiempo para la belleza” comenzó a decir el rey. “Mi verdadero deseo es por los lujos y las riquezas del mundo” continuó diciendo.

“¿Mencioné que mi hija puede hilar la paja y convertirla en oro?” preguntó el viejo molinero sin pensar.

“¿De verdad?” preguntó el rey mientras se sentaba en su caballo, pensativo. “Si es verdad, tráela a mi palacio mañana y pondré su supuesta habilidad a prueba.”

Así que el molinero envió a su hija al palacio del rey.  Cuando ella llegó, el rey la llevó inmediatamente a una habitación llena de paja amarilla. En el centro de la habitación había un huso y una rueca.

“Hila esta paja y conviértela en oro antes de que amanezca. Si no lo haces, serás castigada con la muerte” dijo el rey. Luego giró sobre sus talones, cerró la puerta y encerró a la hija del molinero dejándola sola dentro de la habitación.

La joven miró los montones de paja que tenía enfrente y, como no tenía idea de cómo hilar la paja para convertirla en oro, comenzó a llorar. 

De repente, la joven oyó el chirrido de la puerta que se abría lentamente. Al comienzo, solo vio una nariz larga que se asomaba desde atrás de la puerta. Luego entró un pequeño y extraño hombrecito, quien tarareaba una rara melodía.

Rumpelstiltskin“Buuuuuenas noches, hija de Don Molinero” dijo. “¡te vez horriblemente triste!  Puedo preguntarte ¿Por qué estas llorando tan amargamente?”

“¡Me…me han pedido que hile esta paja y que la convierta en oro antes del amanecer!” explicó ella entre sollozos al pequeño hombrecito. “Y…y no sé cómo hacerlo.”

“mmm…” el extraño hombrecito pensó un poco.  Caminó de un lado a otro de la habitación, pateando los pedacitos de paja que encontraba en su camino “yo sé como hilar paja y convertirla en oro…” comenzó a decir.

“¡Oh!, ¿de verdad lo sabes?” preguntó la joven.

“¿Qué me darás si hilo esta paja para ti?” preguntó astutamente.

“¡Oh! ¡Te daré mi collar!  ¡Tómalo!  ¡Tómalo!” contestó ella.

El extraño hombrecito tomó el collar, agarró un puñado de paja y se sentó frente a la rueca.  Tric, tric, tric, hizo la rueca tres veces. El pequeño hombrecito le entregó a la joven un huso lleno de hilo de oro, y luego tomó otro puñado de paja y se sentó frente a la rueca una vez más. Y repitió este proceso hasta que toda la habitación, que en un momento estaba llena de paja, ahora estaba llena de hermosos hilos de oro. 

Luego, mientras tarareaba su extraña melodía, el pequeño hombrecito salió de la habitación de un brinco, moviendo el collar de la joven de un lado a otro. 

Al amanecer, cuando el rey entró a la habitación, se sorprendió de ver que el molinero había dicho la verdad acerca de las habilidades de su hija. El rey estaba complacido al ver la habitación llena de oro, sin embargo, su felicidad duró poco, porque el ver tanto oro aumentó su codicia. 

Esta vez llevó a la hermosa joven a una habitación aun más grande llena de paja amarilla. 

“Hila y convierte la paja en oro, y te dejaré vivir” dijo el rey bruscamente. Nuevamente giró sobre sus talones, cerró la puerta y encerró a la joven dejándola sola en la habitación. 

En este punto, la joven estaba desesperada.  Sollozaba de solo ver más paja amarilla de la que había en la habitación anterior.  Lloró y lloró hasta que escuchó el chirrido de la puerta que se abría lentamente. 

Una larga nariz se asomó por la puerta y unos momentos más tarde el pequeño hombrecito entró en la habitación tarareando su extraña canción. 

“¡Vaya! Hola, hija del Sr. Molinero.” Dijo el hombrecito. La pobre joven lloró en voz baja sin responder.

“¿Qué me darás a cambio si hilo esta paja y la convierto en oro?” preguntó. 

La joven miró al hombre y buscó para ver que tenía para darle.

“Te daré este anillo que tengo en el dedo” dijo finalmente.

El hombrecito tomó el anillo y lo puso en su propio dedo. Sostuvo su mano frente a él, sonrió de gozo al admirar su joya más reciente, y luego bailó alegremente alrededor de la habitación. Entonces tomó un puñado de paja y se sentó frente a la rueca. Tric, tric, tric, hizo la rueca tres veces. El hombre le entregó a la joven un huso lleno de hilo de oro, tomó otro puñado de paja y se sentó frente a la rueca una vez más. Y repitió este proceso hasta que toda la habitación estaba llena de hilo de oro. 

El hombrecito se alejó una vez más, tarareando, brincando y contemplando su nuevo anillo. 

Cuando llegó el alba, el rey entró en la habitación y quedó aun más sorprendido de ver tanto oro frente a él. Encantado pero aun más codicioso, llevó a la hija del molinero a la habitación más grande del palacio, llena hasta el techo de paja amarilla.

“Si puedes hilar y convertir esta paja en oro, serás mi reina” dijo el rey. 

Aunque solo es la hija de un molinero, pensó el rey, no encontraré una mujer más rica para convertirla en mi esposa. 

Sin esperar la respuesta de la joven, el rey giró sobre sus talones, cerró la puerta y la encerró dejándola sola en la habitación mas grande del palacio.

La joven miró alrededor, tembló al observar que había aun más paja amarilla que en las dos habitaciones anteriores juntas. Sin tiempo para llorar, oyó el chirrido de la puerta que se abría. Volteó a mirar y vio una larga nariz asomándose desde atrás de la puerta. Entonces el pequeño y extraño hombrecito entró saltando y bailando a la habitación. 

“¿Que me darás si hilo esta paja y la convierto en oro?” preguntó sin saludar a la joven. 

“No me queda nada para darte” dijo. 

“Mmm…” el extraño hombrecito pensó por un rato. Se paseó de un lado a otro de la habitación, pateando los pedazos de paja que encontraba en su camino.  “¡Ya sé!” dijo de repente.  “Si hilo esta paja y la convierto en oro, promete que me darás al primer hijo que tengas cuando seas reina.”

Sin pensarlo, la joven prometió al hombrecito entregarle a su primer hijo cuando fuera reina. Ella asumió que este olvidaría el trato de todas formas, así que lo observó con alegría mientras hilaba toda la paja de la habitación más grande en el palacio y la convertía en hermoso hilo de oro. 

Cuando el hombrecito salió de la habitación, la hija del molinero supuso que nunca tendría que ver su larga nariz nuevamente. 

En la mañana, cuando el rey vino a  revisar lo que había hecho la joven, se alegró de ver que la habitación más grande de su palacio ahora estaba llena hasta el techo con montones de oro brillante.

El rey y la hija del molinero se casaron inmediatamente. Tiempo después, el mismo año, la nueva reina tuvo un hermoso bebé. 

Había olvidado la promesa que le hizo al extraño hombrecito y, un día mientras mecía a su bebé para dormirlo, se asustó al oír el chirrido de la puerta que se abría, seguido por una larga y conocida nariz que se asomaba. 

El hombrecito entró de un salto a la habitación y dijo: “ahora dame lo que prometiste, mi reina.”

La reina estaba horrorizada al pensar en entregar a su amado hijo a este hombre extraño y, por lo tanto, trató de sobornarlo con todas las riquezas de su nuevo reino. 

“No.  Yo quiero lo que me prometiste. Todas las riquezas del mundo no se comparan con la recompensa de un ser viviente” dijo. 

La reina sollozó amargamente y, como el hombrecito sintió compasión por ella, se paseó de un lado a otro de la habitación, mientras pensaba. 

“Mmm… ¡Ya sé!” dijo finalmente, mientras hacia una mueca rara.  “Te daré tres días. Si para el final del tercer día puedes adivinar cuál es mi nombre, dejaré que te quedes con tu hijo.” 

La reina accedió inmediatamente y observó al hombrecito mientras salía de la habitación, tarareando su rara melodía. 

Esa noche la reina pensó detenidamente en todos los nombres que había oído a lo largo de su vida. Recopiló nombres de los sirvientes de su castillo y envió mensajeros a buscar más nombres por todo el reino. Su lista creció y creció.

Cuando el hombrecito llegó el primer día, la reina recitó todos los nombres que había recopilado.

“¿Será Gaspar, Melchor o Baltasar?” preguntó. 

Pero sin importar cuantos nombres mencionaba, el hombrecito simplemente respondía: “No, ese no es mi nombre.”

El segundo día, la reina preguntó a las personas de los campos cercanos. Recopiló algunos nombres realmente extraños. Cuando el hombrecito regresó, la reina recitó estos nombres.  “¿Será Skinnyribs?  ¿Muttonchop?  O… O…¿tal vez es Spindleshanks?  Si…¡debe ser Spindleshanks!” dijo la reina. 

Pero sin importar cuantos nombres le dijera, el hombrecito contestó: “No, ese no es mi nombre.” 

Para ese entonces la reina ya estaba desesperada. En su desesperación envió al sirviente de más confianza para que buscara nombres en el bosque prohibido.

Cuando el mensajero regresó al tercer día, le dijo a la reina que había explorado el bosque y que encontró a un extraño hombrecito que bailaba y saltaba alrededor de una gran fogata.  Su sirviente comenzó a cantar una canción que tenía una melodía muy familiar para la reina.

A reina reconoció la melodía, pues era la que el extraño hombrecito siempre había tarareado.  Y entonces ella misma bailó y saltó alrededor en su habitación, feliz por las buenas noticias.  Momentos más tarde, el hombrecito entró a la habitación dando saltos. 

“Y bien, mi reina.  ¿Cuál es mi nombre?” preguntó con una mueca de astucia.

“Mmm…” la reina fingió pensarlo, paseándose de un lado a otro de la habitación… “dijiste que no era Bill ni Will… ¿Será Phil?” preguntó. 

“No.  Ese no es mi nombre” contestó el hombre.

“Y dijiste que no era John ni Ron. ¿Será Juan?” 

“No.  Ese no es mi nombre” contestó, golpeteando el piso con su pie impacientemente. 

“Mmm… De casualidad ¿será Rumpelstiltskin?”

“¡Imposible! ¡No es justo!  ¡No es justo!” el hombrecito chilló con rabia, dando zapatazos en el suelo. 

Zumbaba alrededor en la habitación de la reina, en un arranque de ira.  Se lanzaba contra las paredes, se golpeó su pié y se dio en la cabeza. Se lanzaba, golpeaba, se pegaba y saltaba. Y luego, enceguecido de la ira, el extraño hombrecito saltó por la ventana. Y nunca jamás se volvió a saber de él.

Fin.

 

 

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