[in English]

Historias de DLTK para niños:  Un cuento de hadas irlandés
Molly Murphy y el duende quemado

por Leanne Guenther y Tasha Guenther

Había una vez un granjero llamado John Joe Murphy, quien vivía con su esposa en una montaña. Ellos vivían a quince kilómetros del poblado más cercano de Thurles en el Condado de Tipperary y tenían una hija llamada Molly.

Molly Murphy (los niños de la escuela la llamaban “Molly-mimada”) era una niña gruñona. No solo era impulsiva y exigente, sino que le costaba prestar atención y no tenía paciencia. Entre mas la molestaban los niños de la escuela, más enfadada se ponía Molly. Y entre más se enfadaba, más la molestaban los niños de la escuela.

Foto de alfonsobenayas, Wikimedia Commons
Foto de alfonsobenayas, Wikimedia Commons

Cuando Molly estaba de un pésimo humor (que era casi siempre), zapateaba sobre los cientos de hongos que encontraba a su paso camino a casa.

Un día, Molly tuvo el día más terrible en la escuela; cuando iba caminando a su casa, deambulando zapateó y arrastró la tierra bajo sus pies. Sus zapateos y golpes causaron la destrucción de los sombreros de cientos de hermosos hongos.

Lo que Molly no sabía era que un pequeño duende estaba cerca por casualidad en este día tan particular del “zapateo de hongos”.

Hay algo que debe decirse sobre los duendes: a todo lo largo y ancho de Irlanda se sabe que uno no debería hacer enfadar a un duende nunca jamás, porque aunque en general son pequeñas criaturas amigables, no les molesta darles una buena lección a los humanos cascarrabias.

Después de ver a Molly Murphy zapateando sobre los hermosos sombreros de los hongos, este duende en particular se molestó mucho.

“¿Qué crees que haces, señorita?” dijo finalmente el duende, apareciendo desde atrás de un arbusto.

Molly se volteó un poco y miró fijamente al duende, frunciendo el ceño. Saltó tan alto como pudo y cayó ¡¡DE UN GOLPE!! Muchos sombreros de los hongos volaron por el aire.

El duende se acercó. “Por los pelos de Pedro, niña. ¿Podrías dejar de saltar y zapatear?” preguntó.

Mientras el hombrecito se acercaba, Molly Murphy corrió rápidamente a su encuentro y lo levantó agarrándolo por el cuello de su camisa verde.

“Me agotas la paciencia, pequeño hombrecito extraño. ¿Dónde está la olla de oro de la que todos hablan? Si les muestro a los chicos de la escuela una olla de oro de verdad, todos querrán ser mis amigos. Muéstramela.” Exigió Molly.

“¿Estás segura de que es oro lo que necesitas, niña?" preguntó el duende.

"¡Ahora mismo!" chilló Molly, ignorando la pregunta del duende.

"¡Pobre de mí! No existe la olla de oro, niña. Pero si existiera… " el duende fulminó a Molly con la mirada "si existiera, ¡serías la última en saberlo con esas pataletas que haces!” exclamó mientras trataba de liberarse.

Molly miró mal al pobre duende, “¡Pobre de mí! Dice este… ¡pataletas! Dice… ¡es el colmo! Voy a encontrar esa olla de oro, y tú TIENES que ayudarme, o de lo contrario...”

Luego, Molly Murphy caminó lo quince kilómetros a casa, con el duende indefenso agarrado fuertemente.

Cuando Molly llegó a casa, entró a la cocina y se alegró de ver una olla grande de agua hirviendo sobre la estufa. Hizo una mueca de crueldad, y sumergió los pies del duende en el agua.

“¡ay, ay! ¡Detente ahora mismo! Estás quemando mis zapatos nuevos” clamó el pobre duende. “¡ya fue suficiente, encontrarás el oro donde me encontraste!”exclamó.

Al oír la conmoción, la madre de Molly entró asustada a la cocina. Vio a Molly sosteniendo al duende y gritó: “¡Sal de la cocina, Molly! Ya conoces las reglas… ¡no se permiten los duendes en la cocina!”

Historias de DLTK para niños:  el duende quemadoAun con el duende en sus manos, Molly tuvo que salir de la cocina, y mientras trataba de abrir la puerta principal, el hombrecito verde logró liberarse y huir.

Molly se encogió de hombros: "ya no necesito a ese tonto duende. ¡Lo que necesito es encontrar la olla de oro!" así que Molly ignoró la huida del duende y corrió hacia el establo a buscar la pala de la suerte de su padre.

A medida que se aproximaba al establo, dos pequeñas libélulas, una roja y una azul, volaron frente a ella. Pasaron revoloteando frente a su cara, zumbando en su oído y haciéndole cosquillas en la nariz con las alas.

Molly tomó la pala y salió del establo, bajando la montaña e ignorando la agitada atención de las libélulas. Corrió quince kilómetros de vuelta al pueblo, hasta el lugar donde había encontrado al duende.

Una vez que se aproximó al camino rodeado de cientos de hongos, Molly buscó detrás del gran arbusto detrás del cual había salido el duende. Encontró un lugar apropiado para excavar y comenzó a trabajar.

Molly excavó y excavó un poco más. Excavó tan profundo que casi ni se veía la parte superior de su cabeza cuando estaba de pie entre el agujero.

Comenzaba a caer el anochecer cuando Molly finalmente se detuvo un rato a descansar. Pronto estaba tan oscuro y Molly estaba tan cansada que sintió como si tuviera que quedarse en el agujero toda la noche, y esa sensación la asustó.

Mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, Molly Murphy oyó un zumbido que le sonó familiar, pues era el de las libélulas que había visto más temprano ese día.  Las dos libélulas (una roja y una azul) volaron frente a ella. Revolotearon frente a su cara, zumbaron en su oído y le hicieron cosquillas en la nariz con sus alas.

Molly se secó los ojos, trepó saliéndose del agujero y siguió a las pequeñas libélulas, quienes afortunadamente guiaron a Molly a casa. Aunque estaba sucia y cansada, Molly no zapateó ni en uno solo de los hongos que encontró en su camino y estaba muy feliz cuando llegó a casa sana y salva.

Al día siguiente, John Joe Murphy notó que Molly se comportaba de manera extraña. Hasta reía mientras jugaba en el jardín, persiguiendo a dos pequeñas libélulas (una roja y una azul).

En las siguientes semanas, camino a la escuela, cuando los niños se burlaban de Molly, ella estaba demasiado ocupada como para prestarles atención, pues estaba riendo y jugando con las libélulas, y después de un tiempo nadie volvió a molestarla.

De vez en cuando, cuando Molly se sentía frustrada por los eventos del día, en lugar de zapatear en los hongos como lo hacía antes, tomaba la pala de la suerte de su padre, salía al jardín, saludaba a sus amigas voladoras y luego se dejaba caer en la tierra que había en el camino.  Luego excavaba un agujero y lo volvía a llenar, una y otra vez, hasta que se sentía cansada y estaba tan sucia que ya no se sentía de mal humor.

John Joe notó la rara costumbre de su hija de excavar agujeros en el jardín y decidió usarla para algo.  Le enseñó a Molly como sembrar bulbos de flores en los agujeros antes de volverlos a llenar de tierra. Pronto sus dos amigas libélulas tuvieron muchos narcisos para revolotear y Molly Murphy tuvo el más hermoso jardín de oro.
 

Fin.

 

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