Pero cuando llegó el otoño, todas las criaturas aladas se alejaron volando y la dejaron a sola.
Y cuando llegó el invierno, Pulgarcita tuvo frio y se sintió mucho más sola y sólo pudo calentarse con las hojas secas que habían caído de los arboles durante el otoño.
Un día en el que caía mucha nieve, Pulgarcita sentía tanto frío y tanta hambre que decidió buscar un refugio y algo para comer. Se aventuró a explorar aún más lejos de lo que había ido antes hacia el prado junto a un campo de maíz. Allí encontró un agujero pequeño al lado de un árbol. Trepó para entrar y se sorprendió al encontrar un ratón de campo en una gran habitación llena de granos de maíz.
“Entra, querida. Estás temblando. Yo te daré calor. Te quedarás conmigo” dijo el ratón de campo. El ratón fue muy amable con Pulgarcita. La alimentó con todo el maíz que Pulgarcita quiso comer y le dio un lugar cálido para vivir y dormir. A cambio, el ratón le pidió que ayudara con los quehaceres y que le contara sus historias. Pulgarcita le contó al ratón todas las historias sobre sus viajes y con el tiempo al ratón también le encantaba que le cantara para dormirse.
Una mañana Pulgarcita despertó con el ruido del ratón que corría ansioso, apresurándose a limpiar perfectamente el agujero donde vivían.
Cuando Pulgarcita le preguntó por lo que estaba sucediendo, el ratón le contestó: “nuestro vecino vendrá a visitarnos, y es un invitado muy importante. Es rico, viste un abrigo negro brillante hecho del más fino terciopelo y sería un esposo perfecto para ti. Desafortunadamente es ciego, porque es un topo.”