Esa noche, Pulgarcita trató de dormir, pero solo podía pensar en el pobre pajarito tendido solitario en el túnel del topo. Se levantó sin hacer ruido para no despertar al ratón. Tomó la sábana de su cama, que el ratón había tejido para ella con hojas de maíz y plumas suaves, y corrió por el túnel hacia donde estaba el pájaro. Cubrió al manso animal lo mejor que pudo. Lloró en silencio y lo abrazó y de pronto pudo oír los latidos del corazón del pájaro.  ¡Pum, paf! ¡Pum, paf! ¡Pum, paf!

el colibríPulgarcita se sorprendió cuando vio que el pájaro abrió sus ojos  ¡no estaba muerto!  El aire de invierno había congelado los latidos de su corazón, pero su cobija calentó al pájaro y lo devolvió a la vida.

Por el resto del invierno Pulgarcita cuidó al pajarito hasta que se recuperó completamente, pero ella lo ocultó del ratón y el topo, mientras ellos planeaban en secreto casarla con el topo.

Cuando volvió la primavera, la tierra comenzó a calentarse y el pájaro había vuelto a gozar de buena salud, justo a tiempo para irse del agujero en el verano.  Le pidió a Pulgarcita que lo acompañara en el tibio sol, volando todo el día rodeados de flores y de otros pájaros.

Pulgarcita deseaba poder hacerlo, pero recordó lo amable que había sido el ratón con ella cuando lo necesitó, así que con tristeza rechazó el ofrecimiento del pájaro.  Lloró cuando tuvieron que decirse adiós. El pájaro le deseó la mejor de las suertes y Pulgarcita se quedó en la entrada del agujero mientras lo observaba alejarse volando, y el hermoso sol alumbraba su rostro.

 

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