Peter no era el único que estaba pensando en desayunar. Un lobo grande, malo y hambriento se paseaba por el bosque. No había comido por un tiempo ¡y un joven y tierno cerdito era el tipo de desayuno que se le antojaba!
"¡Sal de ahí!" le ordenó el lobo, con la boca hecha agua. "¡Quiero hablar contigo!"
Peter podía ser un poquito perezoso, pero no era tonto. "Prefiero
quedarme donde estoy", contestó.
"¡Sal de ahí ahora mismo!" gritó el lobo feroz.
"No, no lo haré" dijo Peter (después de todo, qué podría hacer el lobo).
"¡Entonces soplaré y soplaré y tu casa derribaré!" amenazó el lobo, quien sopló la casa con todas sus fuerzas. Toda la paja que Peter había amontonado contra unas varas delgadas
cayó al piso.
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